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Conducta Antisocial

Seguramente Richard Dawkins cometió un error cuando tituló a su famoso libro “El Gen egoísta”. Por supuesto, no quería decir literalmente que los genes sean egoístas, se trataba de una metáfora para conseguir un título resultón. Los genes son segmentos de DNA que contienen información para fabricar una molécula de proteína o RNA, así que difícilmente pueden ser egoístas o dejar de serlo. Lo que quería decir Dawkins es que cuando un gen confiere una ventaja considerable a sus portadores, el número de copias del mismo se va incrementando a lo largo de las generaciones. Sólo es “egoísta” en el sentido metafórico de “propiciar” que el número de copias en la población aumente. Algunas personas no lo entendieron y acusaron a Dawkins de hacer apología del egoísmo y, ya puestos, situarse al lado de Galton, Spencer y otros nefastos del darwinismo social (yo no soy un devoto de Dawkins, pero creo que en este punto no fue bien entendido).

Parte del problema estriba es que el significado corriente de la palabra egoísta alude a los individuos y no a objetos tales como secuencias de DNA. El paradigma del egoísmo, como, por ejemplo, el personaje de Mr Scrooge en el Cuento de Navidad de Dickens, es alguien que sólo se preocupa de sí mismo. En cambio, la crianza de los hijos suele requerir grandes dosis de esfuerzo y sacrificio personal, por lo que no creemos que la típica madre (o padre, si se diera el caso) sea un buen ejemplo de egoísmo. Sin embargo, desde el punto de vista evolutivo, sacrificarse por tus propios hijos sería perfectamente egoísta y la renuncia voluntaria a reproducirse -el caso de Mr. Scrooge- sería perfectamente estúpido.

En los años 70 del siglo pasado, Trivers y otros investigadores propusieron de forma convincente que la selección natural (y por tanto “egoísta”) puede dar lugar a conductas altruistas hacia los propios parientes (selección familiar) e incluso a individuos no relacionados (altruísmo recíproco). El tema ha sido ya tratado en este blog, así que me remito a un post anterior para no repetirme tanto (El origen de la justicia).

Sin embargo, algunos autores no creen que las teorías de selección familiar y altruismo recíproco puedan explicar la fuerte tendencia a la cooperación que existe en nuestra especie, incluso entre individuos no relacionados y en situaciones no repetidas. Por ejemplo, imaginemos la típica cola que se forma en los aeropuertos para facturar el equipaje. Los individuos que la forman están actuando cooperativamente, ya que mantienen escrupulosamente el orden de llegada. Lo más probable es que no se conozcan y que nunca se vuelvan a ver. En una situación así, lo ‘racional’ sería colarse y sin embargo no es esta la conducta que nos encontramos normalmente. ¿Qué clase de mecanismo psicológico nos lleva a actuar en contra de nuestros intereses ‘racionales’ en esta y otras situaciones similares? Según estos autores la palabra clave es ‘castigo’, ya que la cooperación sólo resulta beneficiosa si existe algún medio para castigar a los ‘abusones’. Supongamos que alguien tratara de colarse. No sería extraño que algunos de los perjudicados se enfrentasen con este sujeto y le afeasen su actitud. Esto sería a su vez un acto de altruismo, puesto que tener un enfrentamiento con un individuo desconocido no es una acción exenta de riesgo; por otra parte, todas las personas de la cola se benefician de la acción del ‘justiciero’ aun cuando no corran ningún riesgo ellos mismos. De nuevo, la actitud más ‘racional’ es quedarse callado y esperar a que surja un ‘justiciero’, el cual puede sufrir los efectos negativos de tal acción.

Los investigadores han encontrado que con frecuencia las personas están dispuestas a correr riesgos y afrontar un perjuicio personal con tal de castigar a los que se saltan las reglas. Esta tendencia se ha denominado ‘reciprocidad fuerte’ y ha sido constatada tanto en situaciones reales como en experimentos de laboratorio. Por ejemplo, en un estudio 240 individuos jugaron a un juego en el que había una posible recompensa económica si los jugadores actuaban cooperativamente (Fehr and Gachter, 2002). El juego podía realizarse en dos tipos de condiciones diferentes: con castigo y sin castigo. En el primer caso, los jugadores podían ‘castigar’ a aquellos que mostraban una actitud poco cooperativa. Los resultados mostraron que el castigo ‘altruista’ era muy frecuente, de alrededor del 84%, a pesar de suponía un perjuicio económico para el castigador. También se vio que al existir la posibilidad de castigo el comportamiento cooperativo de los jugadores aumentó de forma sustancial.

El último trabajo del equipo que dirige Simon Fehr, publicado recientemente en Science (Herrmann et al., 2008), da un paso más en su exploración de este fenómeno. Los investigadores observaron que en el mencionado juego, la posibilidad del “castigo” aumentaba, en general, la conducta altruista; sin embargo, un porcentaje de individuos reaccionaba de forma completamente distinta. Estos jugadores sospechaban que quienes les habían castigado eran los jugadores que se comportaban de forma altruista y reaccionaban castigando precisamente a éstos. Este tipo de comportamiento ha sido denominado “castigo antisocial”.

Los investigadores se preguntaron si la frecuencia del castigo antisocial difería en distintos contextos culturales. Por ello repitieron el mismo juego con estudiantes procedentes de diversos países. La hipótesis de trabajo era que en sociedades democráticas y económicamente liberales los estudiantes tendrían actitudes diferentes que en sociedades más tradicionales, donde imperan las instituciones autoritarias o incluso “tribales”. Para garantizar la motivación de los participantes, las “fichas” se convertían en dinero real al acabar la partida.

Y la hipótesis resultó cierta. Los investigadores encontraron que la conducta antisocial era poco frecuente en países democráticos. El World Democracy Audit (WDA) ha establecido un índice de países en asuntos tales como derechos civiles, corrupción, libertad de prensa y, en general, actitudes democráticas. Los países que puntuaban bajo en este índice también presentaban las frecuencias más altas de castigo antisocial. En resumen: cero en conducta para Rusia, Turquía, Grecia (pásmate), Arabia Saudí y Bielorrusia (menos mal que en el experimento no participaron estudiantes españoles).

Tal vez sea aventurado dar demasiada importancia a este tipo de experimentos. Lo que sí está claro es que la riqueza de las naciones no depende sólo de su Producto Interior Bruto, sino también del comportamiento ético de sus ciudadanos,

Fehr, E., and Gachter, S. (2002) Altruistic punishment in humans. Nature 415: 137-140.

Herrmann, B., Thoni, C., and Gachter, S. (200 8) Antisocial punishment across societies. Science 319: 1362-1367.

Artículo completo en: La logica del titiritero

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