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El héroe olvidado y condenado injustamente, Alan M. Turing

Noticias criminología. . Marisol Collazos Soto

En la navidad de 1951, Alan  Turing entabló amistad con Arnold Murray, un joven desempleado de Manchester de 19 años de edad que se convertiría en su amante y con el que conviviría. A principios de 1952 se produjo un robo en su casa, realizado por un amigo de Arnold, que Turing denunció a la policía. Por supuesto, sin revelar su relación homosexual, irrelevante al caso. Cuando la policía averiguó la historia completa, dejó de interesarse por el robo, que nunca fue resuelto, y m0stró un mayor interés por los encuentros sexuales de Turing, procediendo a su arresto por homosexualidad, una “práctica” entonces considerada como delito y como enfermedad.

Fue acusado, los cargos que le fueron imputados eran de “indecencia grave y perversión sexual“, los mismos por los que en su día ya fuera condenado Oscar Wilde años atrás. El juicio del caso “la Reina contra Turing y Murray” tuvo lugar el 31 de marzo de 1952, presidido por el juez J. Fraser Harrison. En la corte, Turing, contraviniendo las recomendaciones de sus amigos, no negó su homosexualidad, y sostuvo que no había nada malo en ella, convencido como estaba que no tenía nada por lo que disculparse. Así pues, Turing no se defendió de los cargos y su único alegato se limitó a insistir en que él no había hecho nada malo. Efectivamente, las recomendaciones eran fundadas, pues el fiscal aprovechó ese alegato para enfatizar la “falta de arrepentimiento” del acusado.

Fue condenado, privado de sus derechos ciudadanos, y se le dio la opción de escoger: o como delincuente ser condenado a un año de prisión, o como enfermo someterse a un tratamiento hormonal para la reducción de la libido y “curar” su homosexualidad, lo que en realidad era una auténtica “castración química”. Finalmente, y para su desgracia, escogió las inyecciones de estrógenos, hormonas femeninas, en un tratamiento brutal que duró un año, y que le produjo importantes alteraciones físicas, como la aparición de pechos, le convirtió en impotente y le provocó una profunda depresión que no pudo o no quiso superar, tras la injusticia de que estaba siendo objeto. Solitario, raro e imprevisible, nervioso y comiéndose las uñas, más frustrado y desesperado que nunca por su mala forma física, artificialmente inducida por una justicia mojigata y absurda, con el añadido de la exasperante vigilancia policial de que todavía era objeto, así como el abandono de algunos de sus supuestos amigos, Turing decidió que no valía la pena seguir viviendo. Dos años después del juicio, el siete de junio de 1954, murió, al comer de una manzana envenenada con cianuro. La muerte fue calificada como suicidio. Contaba apenas con 42 años.

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