Un reciente estudio publicado en la prestigiosa revista médica JAMA muestra que decenas de millones de estadounidenses creen en las más variadas y también absurdas conspiraciones médico-científicas.
Así entre el 15% y la mitad de los adultos estadounidenses piensan que
* Las autoridades sanitarias están manteniendo deliberadamente fuera del mercado tratamientos «naturales» contra el cáncer debido a la presión de las compañías farmacéuticas. Como sí las grandes farmacéuticas hicieran ascos al modo de curar una enfermedad. Ellos rápidamente envasarían el producto y a ganar dinero. ¿O de donde piensan que han salido la gran mayoría de los medicamentos actuales? Pues de plantas, bacterias, hongos y demás seres vivos naturales.
* Aunque los teléfonos móviles causan cáncer, las grandes empresas sobornan a los funcionarios de salud para que no hagan nada al respecto. Eso sí, lo dicen mientras se encuentran enganchados al WassApp y se tiran horas y horas hablando con el móvil con sus amigos.
* Los médicos y el gobierno quieren seguir vacunando a los niños a pesar de saber que las vacunas causan autismo. Infundio desprestigiado hasta la saciedad cuando se demostró que el infame médico que lo divulgó se inventó su estudio para ganar dinero estafando a las asociaciones de afectados.
* La CIA infectó deliberadamente a los afroamericanos con VIH. Sin comentarios, una organización tan chapucera es incapaz de tamaña brillantez tecnológica.
* Que los alimentos genéticamente modificados son una conspiración para reducir la población mundial. Pues, a no ser que sea haciendo morir a la gente por sobrepeso yo no lo veo claro.
* Que las empresas utilizan la fluoración del agua para encubrir la contaminación. Esta conspiración me gusta mucho porque ya la denunció el famoso general estadounidense loco de la genial película «Teléfono Rojo, volamos hacia Moscú»
Fuente: Diario de un ateo
Todos tenemos derecho a nuestras propias opiniones, sin embargo, hay opiniones que son mejores que otras:
Algunas de nuestras opiniones se basan en la razón, el cuestionamiento crítico e incluso investigación que consume tiempo para aprender más sobre el mundo que nos rodea. Este es el tipo de opiniones que podemos defender porque tenemos una base razonable para ellas. Hemos cuidado la forma en que las formamos, haciéndolo con la deliberación. Podemos explicarlas de manera inteligente a los demás, y al hacerlo, en realidad podríamos convencerlos de que nuestra opinión es válida, aunque esto no significa necesariamente que ellos llegarán a compartirla.
Cuando la razón es una obligación moral, el medio para cumplir con esa obligación es el esfuerzo por tener opiniones objetivas y basar nuestras convicciones en la mejor evidencia disponible.
Las creencias no merecen respeto, y quienes exigen que respetemos sus creencias y opiniones, lo que realmente quieren es censurar la diferencia de opinión.
Fuente: DE AVANZADA
La modernización ha hecho que las tradiciones que impuso el imaginario Católico hoy se vean como creencias dignas de mofa. No comer carne o no tener relaciones sexuales se ven como mitos que hoy la ciencia puede rebatir.
Pero todo tiene una explicación. Aquí mostramos algunos mitos cuyo origen puede ser más lógico de lo que piensan.
No pueden tener sexo en Semana Santa porque se quedan pegados: De hecho, así no sucediera en esta fecha en especial, la gente sí se puede quedar pegada en algunos casos. Esto sucede porque un problema físico o psíquico producido en la mujer, que puede ocasionar que durante el acto sexual ocurra una contracción involuntaria en ciertos músculos vaginales. Estos pueden aprisionar al pene y por supuesto, la pareja se queda pegada. Para esto se tiene que tomar un relajante muscular y liberar al compañero.
No pueden tener sexo en Semana Santa porque irán al infierno (sobre todo si es Viernes Santo):Recuerden que el año litúrgico viene desde la Edad Media, donde nació la concepción del pecado ante la relación con el propio cuerpo. Este estaba separado del alma, y era más importante la salvación de esta que el placer de la carne. Y eso tenía una connotación negativa.
No pueden comer carnes rojas: Oh, sí, la semana infernal para quienes odian el pescado. Ni siquiera el Concilio Vaticano II pudo cambiar la tradición de 1950, que indicaba que el viernes era un día de recogimiento por la muerte de Jesús. En los pueblos no había un alma. Bien, esto también es un signo de sacrificio: Abstenerse de comer algo que por tradición es apetecible. Los sectores más tradicionales y menos ortodoxos del catolicismo promueven ayunos, entre otras cosas.
Si se corta el pelo en esos días, lo tendrán perfecto: De hecho, eso tiene que ver más con el tiempo de la luna menguante. El mito tiene origen en los pueblos agrícolas, en los que se veía que lo que funcionaba para las plantas podría funcionar para el cabello. Pero no hay estudio científico que pueda comprobar esto.
No pueden irse de juerga: Hasta la fecha, nadie se le ha aparecido el diablo hasta en alguno de los clubs más conocidos. Pero sí, por mandato, solo se puede escuchar música sacra y no tener ninguno de los placeres mundanos. Jerarcas que representan a la Iglesia actual no ven nada de malo en irse de vacaciones y divertirse con la familia, aunque desaprueban el consumo de sustancias psicoactivas..
No pueden participar en juegos de azar o se arruinará: Judas Iscariote también le dio mala fama a todos aquellos que de ahí en adelante quisieran obtener dinero de lo que pudiesen apostar/vender/ofrecer. Incluso a los que quieren jugar poker sin dinero de por medio. Como la historia lo ha demostrado, quienes se arruinaron lo hicieron por malos manejos financieros. O por estafar a la gente todos los días.
No se pueden hacer trabajos domésticos: Viene de la Biblia. Cuando Marta, la hermana de María, le decía a Jesús que esta debería ayudarle un poco en sus oficios. Para Jesús fue más importante que ella dispusiera de tiempo para su palabra y luego sí, el trabajo. En la tradición católica esto “distrae del recogimiento”. Incluso, no se podía viajar. El historiador Álvaro Valencia, entrevistado en el periódico La Patria (Chile), dijo que algún viajero con mala suerte se inventó algún cuento de espantos para justificar su mal día. Y se transformó en un mito.
Fuente: Publímetro
Esta es la cara que les queda a los creyentes cuando alguien les dice (muy razonablemente por cierto) que creer sin evidencias es idiota.
Fuente: Diario de un ateo
En septiembre de 2003, miles de varones sudaneses acudieron a los puestos de socorro de la ciudad de Jartum convencidos de que una terrible enfermedad estaba haciendo encoger sus penes. El mal, que se transmitía por el mero hecho de dar la mano a un extranjero, adquirió tales proporciones que obligó a actuar a la policía y al ministerio de Sanidad. Este curioso fenómeno, conocido como Koro, es frecuente en otras zonas de África y especialmente potente en China, donde miles de hombres acuden cada año al médico con el convencimiento de que una rara enfermedad está haciendo desaparecer sus penes.
Los antropólogos han bautizado estas epidemias imaginarias como síndromes culturales, término que engloba a aquellas enfermedades propias de determinados grupos étnicos que en realidad no presentan más síntomas ni otra aparente causa que las propias creencias de quienes las padecen. En el mismo caso de la histeria ártica de los Inuits, la niebla cerebral del África occidental, el Hwabyeong coreano, la enfermedad del espíritu de las tribus norteamericanas o el famoso “mal de ojo” del que hablaban nuestras abuelas.
El denominador común de todos estos “males” es que sus poseedores enferman por la propia creencia, un hecho que entronca con lo que en Medicina se conoce como efecto Nocebo. Este fenómeno, una especie de reverso tenebroso del efecto placebo, provoca que un paciente empeore por el mero hecho de saber que está enfermo o porque se convence de que lo que tiene va a acabar con su vida.
La revista New Scientist documentaba hace unos meses el caso de un paciente llamado Sam Shoeman a quien, en los años 70, le fue diagnosticado un cáncer de hígado que le dejaba pocos meses de vida. Al cabo de unas semanas el paciente empeoró y murió, pero la autopsia reveló que los médicos se habían equivocado: el tumor era muy pequeño y no se había extendido. De algún modo, como dice la revista, Shoeman no había muerto de cáncer sino de saber que tenía cáncer.
Otro paciente, llamado Derek Adams, acudió a urgencias después de haber ingerido un bote de antidepresivos y estuvo al borde de la muerte hasta que el psicólogo que le trataba en un programa de pruebas indicó que aquellas pastillas en realidad no contenían nada dañino. Apenas quince minutos después, Adams se había recuperado milagrosamente de sus síntomas.
Para comprobar este particular resorte psicológico, Giuliana Mazzoni, de la Universidad de Hull, en el Reino Unido, hizo un experimento con estudiantes a los que pidió que inhalaran una muestra de aire normal y les dijo que podía contener una toxina que provocaba dolores de cabeza y náuseas. Al cabo de unos minutos, buena parte de ellos desarrollaron los síntomas de una enfermedad inexistente, multiplicado por el hecho de ver a otros compañeros enfermando.
El efecto nocebo es conocido por los médicos, que a menudo notan cómo los pacientes refieren molestias antes incluso de haber comenzado el tratamiento. Queda mucho por saber sobre el impacto de las creencias o falsas ideas en la salud, pero la realidad nos dice que somos capaces de convencernos a nosotros mismos de casi cualquier cosa. Un ejemplo reciente lo dejan los habitantes de la ciudad sudafricana de Craigavon, que llevan semanas pidiendo la retirada de una torre de telefonía a la que atribuyen todo tipo de alteraciones de la salud: desde dolores de cabeza a quemaduras y problemas para dormir. Y la compañía acaba de certificar que la torre lleva apagada desde octubre.
Para saber más: The science of voodoo: When mind attacks body (New Scientist)
Fuente: Libro de Notas
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La duda inexplicable de si existe el cambio climático y si es producto de la actividad humana, la supuesta relación entre las vacunas y el autismo o hasta admitir la existencia de la teoría de la evolución en lugar del creacionismo. Todos y cada uno de ellos son ejemplos de situaciones que se han comprobado una y otra vez, pero a pesar de las evidencias las creencias pesan más, la pregunta es ¿por qué?, ¿cuál es la explicación de no confiar en la ciencia o siquiera en la lógica? Chris Mooney se dio a la tarea de investigar la ciencia de no confiar en la ciencia y publicó su artículo en la revista Mother Jones.
Para responderlo, Mooney recuerda a Leon Festinger un reconocido psicólogo de la Universidad de Stanford por sus estudios realizados en los años 1950 sobre los «Seekers» un grupo de fanáticos de Chicago, quienes creían que mantenían contacto con los extraterrestres y eran liderados por Dorothy Martin.
El grupo creía haber recibido a través de los alienígenas la fecha exacta del fin del mundo: uno de diciembre de 1954. Varios integrantes del grupo dejaron su trabajo y cayeron en prácticas absurdas, convencidos de que se avecinaba el cataclismo de la Tierra. Por fin llegó la fecha esperada y nada ocurrió. Festinger analizó la reacción de los integrantes del grupo, quienes en un principio se vieron consternados para recibir una explicación.
Posteriormente, llegó un nuevo mensaje, supuestamente enviado por extraterrestres, en el cual explicaba que el grupo había enviado tanta luz hacia el cielo que Dios había decidido salvar al mundo.
Festinger debía analizar estas creencias absurdas y sin sentido aparente. Al parecer, la destrucción de una creencia tan arraigada los había hecho aún más seguros de sus pensamientos en favor de la misma. Los descubrimientos posteriores en psicología de Festinger, lo llevaron a proponer la teoría del «razonamiento motivado» la cual propone que nuestras creencias preexistentes, a pesar de la existencia de hechos que las contradicen, pueden malear nuestros pensamientos y formas de ver la vida.
La teoría del razonamiento motivado brinda nuevas perspectivas a la neurociencia moderna: el raciocinio se apaga con la emoción, ambos elementos están directamente relacionados y nuestros sentimientos positivos y negativos sobre las personas, cosas e ideas, surgen más rápido que nuestros pensamientos conscientes, en cuestión de milisegundos.
De acuerdo con Arthur Lupia de la Universidad de Michigan, se trata de un mecanismo de autodefensa en el que se rechaza la información peligrosa. Estos mecanismos los aplicamos en nuestras relaciones personales, por ejemplo, cuando no queremos creer que nuestra pareja es infiel, o que nuestro hijo es agresivo; tenemos ideas preconcebidas que nos dicen que esto no es posible por no ser correcto y entonces nuestras emociones apagan el raciocinio.
Estos estudios se han llevado a campos de investigación mucho más elevados y en situaciones más delicadas como las creencias a favor de la pena de muerte en 1979; la pena capital para asesinos; el control de armas; o la creación de estereotipos gays, en donde juegan muchos factores morales y religiosos en la opinión de las personas.
De acuerdo con Dan Kahan, profesor de la escuela de Derecho de Yale, la gente rechaza la validez de una fuente científica cuando sus conclusiones contradicen sus creencias más profundas. De ahí que existan visiones tan polarizadas en la política o en la sociedad contemporánea.
El ejemplo más reciente de ello tiene que ver con las opiniones sobre el calentamiento global, entre los estadounidenses.
En el 2008, 19% de los republicanos con un nivel alto de educación estaban de acuerdo en que el planeta se estaba calentando por culpa de los humanos, a diferencia de 31% de los republicanos no educados, quienes pensaban lo contrario. Esto determinó que, a mayor educación, menos certeza científica tenían las personas republicanas. Sin embargo, en el caso de los demócratas y los independientes, ocurrió lo contrario: a mayor educación, hay más aceptación de la ciencia.
La lógica de está conclusión es la siguiente: los conservadores son más propensos a aceptar la ciencia siempre y cuando venga de un líder religioso o en el mundo de los negocios, quien le otorga otros valores diferentes a los que podría utilizar un científico.
En pocas palabras, paradójicamente, no hay que lidiar con los hechos para convencer a alguien que piensa diferente a ti, sino con sus valores. De esa manera tendrás más oportunidad de ganar cualquier discusión.
Si te interesa saber más sobre el tema, visita Mother Jones
¿Qué enseña una monja? Según sus fuentes biográficas no recibió instrucción en matemáticas, ciencias o alguna otra materia de verdadera índole educativa. No, ella se dedicó a evangelizar, a alienar, a construir el conjunto educativo como una muralla para la gente ciega. Primero, en todos los colegios en que trabajó, incluso como directora, después con los ya mencionados Embera chamí.
Uno cree en los ideales en los que se formó, y cree que ellos son eternos, indiscutibles y seguirán navegando por el río del tiempo. Esto es posiblemente en lo que creyó Laura y no hubo marcha atrás. Creyó que estos “hijos del demonio” necesitaban escuchar la palabra de su dios, para que que así pasara de generación en generación, como la mayoría de las creencias irracionales.
Pasar de la absurda creencia del jaibanismo al cristianismo es una vuelta de 360 grados: una vuelta del bobo. No estamos llegando a ningún lugar.
Las creencias de los Embera chamí son tan estúpidas, que adoptar la estupidez del cristianismo no los aparta de su destino común. Estaban engañados y seguirán engañados. No importa si bajo una catedral o bajo una casa de paja. No importa si aspiran el humo del incienso, o si se drogan con el humo del chamán. Un engaño es un engaño, y las causas, en este caso, no importan.
Fuente: KleyAsmir
La religión puede ser una fuente de consuelo que mejora el bienestar. Sin embargo, algunos tipos de religiosidad podrían ser una señal de problemas más profundos de la salud mental, publicó el sitio digital Sociedad Atea.
Al ver a sus hijos orar con más ganas que de jugar videojuegos, la mayoría de los padres gritarían: “¡Aleluya” o cualquiera que sea su expresión de alegría. Y deberían. La investigación muestra que la religión puede ser una fuerza positiva en la vida de los niños, al igual que lo puede ser para los adultos.
“La religión“, dice Bill Hathaway, una psicóloga clínica de la religión y Decano de la Facultad de Psicología y Consejería en la Universidad Regent, “tiene que ver con que el niño tenga un mayor sentido de autoestima, un mejor ajuste académico y menores tasas de abuso de sustancias y comportamiento delictivo o criminal.”
Así que si su niño está inmerso en las Escrituras después de la escuela y ora con regularidad durante todo el día, puede respirar un suspiro de alivio. Es un buen chico. Mi hijo está bien.
O tal vez no… La devoción de su hijo puede ser algo grande, pero hay algunos niños cuyos ritos religiosos necesitan una mirada más profunda.
Para estos niños, una práctica con exceso de celo de su fe familiar – o incluso de otra fe – puede ser un signo de un problema de salud mental subyacente o un mecanismo de defensa para lidiar con el trauma o el estrés sin dirección.
Los terapeutas privados informan que están viendo a niños y adolescentes a través de una serie de creencias religiosas cuya práctica puede ser problemática. La cantidad de tiempo que dedican a la oración, o a otros actos de la práctica espiritual, no es tan importante, dicen, como la calidad de esta devoción, y si ayuda a los niños o lugar de ello los aíslan y debilitan su trabajo escolar y sus relaciones. Los niños con trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), por ejemplo, rígidamente pueden repetir versos sagrados, por ejemplo el Ave María o centrarse en otros rituales menos por un sentido más profundo de su fe, sino más bien como una expresión de su trastorno. “Parece positivo, pero podría ser negativo”, dice Stephanie Mihalas, profesor de la UCLA y psicólogo clínico licenciado.
Tal comportamiento ritualista, dice, también puede reflejar la manera de un niño de hacer frente a la ansiedad, y en realidad no podía ser más espiritual que el lavado de manos fanático o el temor a caminar sobre las grietas de las baldosas de la calle. “Estos niños temen que si no obedecen sus reglas religiosas perfectamente”, explica Carole Lierberman, MD, un psiquiatra de Beverly Hills, “Dios les castigará”.
Algunos niños sufren de escrupulosidad, una forma del trastorno obsesivo compulsivo que implica un sentimiento de culpa y vergüenza. Las víctimas se preocupan obsesivamente de que han cometido blasfemia, han sido impuros o han pecado de otra manera. Ellos tienden a concentrarse en ciertas reglas o rituales en lugar de en la totalidad de su fe. Se preocupan de que Dios no los perdonará. Y esto puede señalar el inicio de la depresión o la ansiedad, dice John Duffy, un psicólogo clínico del área de Chicago que se especializa en adolescentes. “Los niños que han cometido “errores” con el sexo o el consumo de drogas”, dice, “pueden tener dificultad para perdonarse a sí mismos”.
Tal meticulosidad con las prácticas religiosas no parece tan dañina, pero los comportamientos extremos, como los delirios o alucinaciones pueden ser un signo de enfermedad mental grave. Al ver y escuchar cosas que no están allí pueden ser síntomas de psicosis maníaco-depresiva, trastorno bipolar o esquizofrenia de inicio temprano. Pero los padres pueden estar menos en sintonía con tal comportamiento poco saludable cuando se produce bajo el pretexto de la fe.
No es raro que los niños de familias en las que la discordia marital, la dura disciplina, el abuso o la adicción están presentes, realicen rituales de protección. Si saben que sus padres aprueban la religión, dice Lieberman, “se trata de ser niños buenos y permanecer por debajo del radar del cáos de la familia o de la rabia de los padres. O, como Mihalas ha visto, algunos niños incluso empujan a sus ya practicantes padres a ser aún más estrictos, por temor a que la catástrofe golpee si no.
¿Cuándo levanta estas banderas rojas la religiosidad? La prueba fundamental se centra en cómo los niños están funcionando en el resto de sus vidas. ¿Están haciéndolo bien en la escuela, practican deportes o música, se socializan con amigos? Si es así, entonces su fe es probablemente una fuente de fortaleza y capacidad de recuperación. Si, parece que las prácticas religiosas y rituales pueden haberse adueñado de su vida cotidiana, y desplazado sus actividades normales, los expertos sugieren tomar medidas para comprender lo que está provocando que se centren en la fe.
Fuente: mdzonline
Las teorías conspirativas han experimentado gracias a internet una difusión sin precedentes. Se pueden creer o no creer, pero siempre contienen una gran dosis de creatividad e incluso de conocimiento científico. Este se utiliza para dar mayor verosimilitud a la teoría conspirativa de turno y abundan las teorías cuyo bagaje científico es tan alto que una cultura común, incluso de universitario, no es capaz de desentrañar.
Los campos preferidos de las teorías conspirativas apuntan al gobierno mundial, al grupo Bilderberg, a la ingeniería social, a la acción de gobiernos, al 11 M entre nosotros o a los extraterrestres por poner algunos ejemplos. Son la continuidad de conspiraciones como las que encendían los progroms y persecuciones étnicas del pasado, y la desinformación típica de países en guerra. Pero sobre todo nos interesa ahora cuáles son las razones profundas de la generación de las teorías conspirativas.
Ante todo, está la forma altamente protocolaria con que se trata la información en los medios, que da preferencia a la información aparente y de servicio a fines propagandísticos de las élites. El público tiende a sospechar que hay más, mucho más. Las creencias conspirativas dan sobre todo una explicación completa e ingeniosa de la realidad que elude siempre las explicaciones de los portavoces públicos, repletos de correción política. Las teorías conspirativas inducen en quienes las creen una sensación de haber alcanzado una inteligencia profunda de las cosas, de participar en un secreto, una gnosis, que además está blindada contra los portavoces de la ordinaria sensatez que puebla los medios, ya sean políticos de turno, médicos, o astrónomos de la Nasa.
Una línea de teorías conspirativas no afecta a hechos humanos, como ocurre en el caso de los megaatentados, las hay de pánico global, como los cuerpos celestes que nos amenazan, pero siempre mencionarán a los ocultadores de información, usualmente gobiernos y científicos. El resultado acumulativo en el tiempo puede ser muy grave, en forma de descrédito global de las instituciones que afectaría a la gobernabilidad.
Hasta ahora ante hechos como atentados en zona occidental existía la versión del gobierno, la de la oposición, canalizadas a través de los medios. Ahora además se pone en marcha una producción autónoma de teorías, por medio de internet, que cuentan con la credibilidad de no constituir “fuentes oficiales”, es como si el sello de lo “oficial” fuera signo automático de descrédito.
Pero una teoría conspirativa tiene siempre la carga de la prueba en su contra, una tesis será conspirativa mientras no se demuestre lo contrario. Demostrarlo a menudo requieree el paso de varias generaciones. Por ejemplo el caso del asesinato de Prim, sobre el cual se especuló siempre en términos del quién conspirativo, hasta hoy, cuando se ha descubierto por medios forenses que la conspiración alcanzó a las máximas instancias, una de las cuales todavía tiene calle propia en Madrid, el general Serrano.
Desde luego la apelación a la simple teoría conspirativa también es un recurso para mantener el clima de “normalidad” que quiere todo poder para su entorno. Este fácil recurso a que los demás son conspiranoides produce un descrédito. Es una variante de los métodos de marginación para lo extraño, no previsto y las visiones alternativas. A menudo es un recurso para desprestigiar a los contrarios. Hay que limitarse a lo palpable, a lo evidente, a la verdad de superficie, si no se quiere ser tachado de conspiranoico. Estos son los rangos extremos de las teorías conspirativas, de un lado el exceso imaginativo y la construcción de explicación para una realidad, y por otro lado, el exceso contrario de tachar de conspiranoide cualquier mención a una colusión de intereses en la que estamos y queremos proteger.
Popper tenía una teoría sobre las teorías conspirativas un tanto simplista, en su obra “La sociedad abierta y sus enemigos”, venía a decir, que la opinión común no soporta no tener una explicación organizada o con huecos informativos sobre hechos que provocan shock público. Esto puede ser cierto pero en mucha mayor medida se da la “espiral del silencio” es decir, la rápida interpretación por el común social de qué no debe hablarse más que en estricta intimidad de ciertos temas y aún así cerrando bien las ventanas. Esa espiral que ocurrió en las sociedades totalitarias se da en no menor medida en las nuestras, sin necesidad de represión policial, bastante con que se prevea la amenaza de la burla, el sarcasmo, o la expresión extrañada, que a menudo también es aprendida socialmente. Creemos que esto fundamenta hoy el supuesto consenso popular de las ideologías de éxito del momento. Es a esta “normatividad” de la normalidad de creencias frente a la que se rebelan las teorías de la conspiración. Quizá hoy las opiniones más honradas sean aquellas que necesitan del manto de la intimidad más privada para expresarse. Cuando hay que mirar a todos los lados antes de decir algo, probablemente es porque se va a decir una gran verdad.
Autor: José Luis León
Fuente: #influencias
Un estudio (Beliefs About God and Mental Health Among American Adults, Nava R. Silton, Kevin J. lannelly, Kathleen Galek, Christopher G. Ellison) examina la asociación entre las creencias en Dios y síntomas psiquiátricosen el marco de la Teoría Evolutiva del Sistema de Evaluación de Amenazas, a partir de datos de la Encuesta de Religión Baylor del 2010 de adultos estadounidenses (N = 1426). Tres creencias en Dios fueron puestas a prueba por separado en modelos de regresión por mínimos cuadrados ordinarios para predecir cinco clases de síntomas psiquiátricos: ansiedad general, ansiedad social, paranoia, obsesión y compulsión. La creencia en un Dios punitivo se asoció positivamente con cuatro síntomas psiquiátricos, mientras que la creencia en un Dios benevolente se asoció negativamente con cuatro síntomas psiquiátricos, controlando las características demográficas, la religiosidad y la fuerza de la creencia en Dios. La creencia en un Dios deísta y la creencia general en Dios no fueron significativamente relacionadas con síntomas psiquiátricos.