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¿Cómo de grande debe ser un asteroide para exterminar la vida en la Tierra?

Los científicos han calculado que un asteroide que cae sobre la Tierra tiene que ser al menos de 96 kilómetros de diámetro para erradicar por completo la vida en el planeta.

Asteroides más pequeños han golpeado la Tierra en el pasado, y causar una destrucción masiva. El ejemplo más notable  es el asteroide que originó la extinción de los dinosaurios no aviares hace 65 millones de años.

Los científicos estiman que este objeto debió haber sido de entre 11 a 12 kilómetros de ancho. Al chocar contra el planeta, creó un enorme penacho de polvo que cubrió por completo el mundo, bloqueando la luz del sol, y originó  en su proximidad temperaturas tan altas que literalmente cocinaron todo lo viviente.

Si tal catástrofe se produjera hoy en día, miles de millones de personas, sin duda perecerían y lo mismo sucedería con una gran mayoría de nuestra vida vegetal. Pero habría sobrevivientes.

En última instancia, los científicos estiman que un asteroide tendría que ser alrededor de 96 kilómetros  de ancho para eliminar por completo  la vida en nuestro planeta.

Pensar en la muerte podría proporcionar una mejor vida

Noticias criminología. Pensar en la muerte podría proporcionar una mejor vida. Marisol Collazos Soto

La investigación se llevó a cabo por Keneth Vail, de la Universidad de Missouri, y colegas de la Sociedad para la Psicología Social y de la Personalidad donde fue publicado el estudio, y contradice resultados anteriores que relacionan los pensamientos sobre la muerte propia como peligrosos y destructivos, lo que desencadena prejuicios, violencia y ambición.

“Son estudios que están relacionados con la Teoría del Manejo del Terror (TMT) que dice que sostenemos ciertas creencias culturales que controlan nuestros sentimientos sobre la mortalidad, por eso raramente hemos explorado los beneficios de tener en cuenta nuestra propia muerte. De hecho, estas creencias están tan integradas en nuestras sociedades que muchos describen la atención a ellas como una forma débil de destrucción social”, explica Vail.

Ciertamente, la obsesión con la muerte no es buena; ninguna obsesión lo es. De hecho, los investigadores afirman que muy pocos trabajos han sido producidos que integren este tipo de conocimiento sobre nuestra propia mortalidad y cómo la atención sobre la idea de la muerte puede motivarnos y promocionar conductas y actitudes que minimizan cualquier daño a nosotros mismos o a los demás, también, nos dice, promueven el bienestar.

Para construir el estudio, lo primero fue conocer sobre los tipos diversos del concepto de muerte que alojan las poblaciones, también indagaron profundamente en todos los estudios que han sido elaborados alrededor de los efectos positivos de poseer vestigios naturales de que vamos a morir.

Curiosos resultados

“Descubrimos un interesante estudio elaborado en el 2008 donde probaron que vivir físicamente cerca de un cementerio afecta nuestra disponibilidad de ayudar a otros; es decir, solemos estar más dispuestos a ayudar. Los investigadores decían que si el valor cultural de ayudar es importante en la cultura de las personas entonces, un incremento en la atención que le ponemos a la muerte puede aumentar esta conducta”, expresa.

Otras investigaciones sociales alrededor de varios cementerios fueron llevadas a cabo por el equipo de Matthew Galliot, actores interpretaban un simple papel donde dejaban caer algún objeto a ver si alguien lo recogía y se lo pasaba; algunos estaban lejos de cementerios y otros muy cerca. Ciertamente, los cercanos al camposanto recibieron un 40% más de ayuda. De hecho, otro estudio elaborado en el 2010 en la Universidad de Leipzig demostró que las personas más alertas a su propia mortalidad son más propensas a mantener conductas ambientales correctas.

Un año antes, en el 2009, la Universidad de Kansas presentó los resultados de una investigación con fundamentalistas religiosos, tanto en el país de Irán como en Estados Unidos, que demostró que la atención a la muerte los proveía con mayor compasión hacia personas de otras creencias, individuos con valores distintos más importantes para ellos.

Más aún, estudios recientes han revelado que pensar en la muerte puede beneficiar tu salud. El año pasado, por ejemplo, un experimento elaborado por D.P. Cooper y colegas reveló que pensamientos de muerte hacían que las mujeres se hicieran más exámenes de mamas; por supuesto, la idea debía estar enlazada antes con la educación de que estos exámenes pueden mejorar tu salud para que funcione en este contexto.

Artículo completo en: Sin Dioses

Se permite la reproducción de este ensayo para fines educacionales y/o científicos siempre y cuando se mencione claramente nuestro sitio web Sin Dioses , así como el nombre del(a) autor(a) del mismo. Se prohibe su reproducción con fines comerciales.

Las drogas y el sentido de la vida

Noticias criminología. Sam harris, las drogas y el sentido de la vida. Marisol Collazos Soto

Artículo de Sam Harris sobre las drogas y el sentido de la vida

Todo lo que hacemos, lo hacemos con el propósito de alterar la conciencia. Formamos amistades para poder sentir ciertas emociones, como el amor, y evadir otras, como la soledad. Comemos comidas específicas para disfrutar sus fugaces presencias en nuestras lenguas. Leemos por el placer de pensar las ideas de otra persona. Cada momento de vigilia –e incluso en nuestros sueños- luchamos para dirigir el flujo de sensación, emoción y cognición hacia estados de conciencia que valoramos.

Las drogas son también un medio para este fin. Algunas son ilegales, otras están estigmatizadas, algunas son peligrosas –aunque, perversamente, estos conjuntos apenas se cruzan. Hay drogas de extraordinario poder y utilidad, como la psilocibina (el componente activo de los «hongos mágicos») y la dietilamida de ácido lisérgico (LSD), que no poseen riesgos aparentes de adicción y son bien toleradas psicológicamente, y aún así uno puede ser mandado a prisión por su uso –cuando drogas como el tabaco y el alcohol, que han arruinado incontables vidas, son disfrutadas ad limitumen casi todas las sociedades del planeta. Hay otros puntos en este sentido: la 3,4-metilendioximetanfetamina (MDMA o «éxtasis») tiene un potencial terapéutico remarcable, pero también es susceptible a abusos, y aparentemente es neurotóxica. [1]

Una de las grandes responsabilidades que tenemos como sociedad, es educarnos, junto con las siguientes generaciones, acerca de qué sustancias vale la pela ingerir, y con qué propósito, y cuales no. El problema, sin embargo, es que nos referimos a todos los compuestos biológicamente activos con un solo término: «drogas» y esto hace casi imposible tener una discusión inteligente acerca de los asuntos psicológicos, médicos, éticos y legales alrededor de su uso. La pobreza de nuestro lenguaje ha sido sólo un poco aliviada por la introducción de términos como «psicodélicos» para diferenciar ciertos compuestos visionarios, que pueden producir extraordinarios estados de éxtasis e iluminación, de los “narcóticos” y otros agentes clásicos de estupefacción y abuso.

El abuso de drogas y la adicción son problemas reales, por supuesto –su remedio es la educación y el tratamiento médico, no la cárcel. De hecho, las peores drogas de abuso en los Estados Unidos parecen ser los analgésicos de prescripción, como la oxicodona. ¿Algunas de estas medicinas deberían de ser ilegales?, claro que no. La gente debe de estar informada acerca de ellas, y los adictos necesitan tratamiento. Y todas las drogas –incluyendo alcohol, cigarros y aspirinas- deben ser alejadas de las manos de los niños.

En mi primer libro, El fin de la fe, discuto un poco algunos asuntos de las políticas sobre las drogas, y mi opinión al respecto no ha cambiado. La «guerra contra las drogas» definitivamente ha sido perdida y nunca debió de haberse librado. Si bien no está expresamente protegido por la constitución de los EEUU, no puedo pensar en ningún derecho político más fundamental que el derecho a dirigir pacíficamente los contenidos de nuestra propia conciencia. El hecho de que arruinamos inútilmente las vidas de los usuarios de drogas no violentos encarcelándolos, con un gasto enorme, constituye una de las más grandes fallas morales de nuestro tiempo. (Y el hecho de que hacemos lugar para ellos en nuestras prisiones dejando en libertad bajo palabra a asesinos y violadores lo hace pensar a uno si la civilización no está simplemente condenada)

Tengo una hija que un día tomará drogas. Por supuesto, haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme que ella escoja sus drogas sabiamente, pero una vida sin drogas no es ni posible ni deseable, creo yo. Algún día, espero, mi hija disfrutará la mañana con una copa de te o de café tanto como lo hago yo. Si ella bebe alcohol de adulta, como probablemente lo hará, la animaré a hacerlo de forma segura. Si ella elige fumar marihuana, le exhortaré moderación. [2] El tabaco debe ser evitado, por supuesto, y haré todo lo posible dentro de los límites de la buena paternidad para mantenerla alejada de él. Y no es necesario decir que si mi hija desarrolla, eventualmente, una afición por la metanfetamina o el crack, posiblemente yo ya no pueda volver a dormir. Pero si ella no prueba algún psicodélico, como la psilocibina o el LSD al menos una vez en su edad adulta, me preocuparía de que ella se esté perdiendo uno de los más importantes ritos de paso que un humano pueda experimentar.

Con esto no digo que todos deban probar un psicodélico. Como mencionaré después, estas drogas tienen ciertos peligros. Sin lugar a dudas, hay gente que no puede permitirse el lujo de levantar el ancla de la cordura, o incluso darle el más leve tirón. Han pasado ya varios años desde que he dejado de usar psicodélicos, de hecho, mi abstinencia nace de un sano respeto hacia los riesgos que involucran. Sin embargo hubo un periodo de mis tempranos veintes en el que encontré en drogas como la psilocibina y el LSD herramientas indispensables de iluminación, y algunas de las horas más importantes de mi vida las tuve bajo su influencia. Creo que es muy posible que yo nunca descubriera que hay todo un paisaje interior de la mente que vale la pena explorar si nunca hubiera tenido esta ventaja farmacológica.

Mientras los seres humanos han ingerido plantas psicodélicas por milenios, la investigación científica de sus componentes no comenzó hasta la década de 1950. Para 1965, cientos de estudios fueron publicados, principalmente sobre psilocibina y LSD, muchos de ellos atestiguaron la utilidad de los psicodélicos en los tratamientos para la depresión clínica, el trastorno obsesivo compulsivo (T.O.C.) la adicción al alcohol, y para el miedo y la ansiedad asociados al cáncer terminal. Pocos años después, sin embargo, este campo de investigación fue abolido en un esfuerzo por detener la propagación de estas drogas en el público en general. Después de una pausa que duró toda una generación, la investigación científica de los valores farmacológicos y terapéuticos de los psicodélicos se ha venido reanudando lentamente.

Los psicodélicos incluyen químicos como psilocibina, LSD, DMT y mescalina, los cuales alteran poderosamente la conciencia, la percepción y el humor. La mayoría parece ejercer su influencia a través del sistema serotoninérgico en el cerebro, principalmente uniéndose a los receptores 5-HT2A (aunque algunos tienen afinidad por otros receptores también), provocando el incremento de la actividad neuronal en la corteza prefrontal. Mientras la corteza prefrontal, a su vez, modula la producción de dopamina subcortial, el efecto de los psicodélicos parece tener lugar principalmente fuera de las vías de la dopamina (lo que puede explicar el por qué estas drogas no formen hábito).

La mera existencia de los psicodélicos parece establecer las bases materiales de la vida mental y espiritual más allá de cualquier duda (para la introducción de estas sustancias en el cerebro es la causa obvia de cualquier apocalipsis sagrado que le sigue). Es posible, sin embargo, si no plausible, ver este dato desde la otra perspectiva y argumentarlo como Aldous Huxley lo hizo en su ensayo Las Puertas de la Percepción al decir que la función primaria del cerebro podría ser eliminativa: su propósito sería evitar una dimensión de la mente vasta y transpersonal que podría inundar a la conciencia, permitiendo así a primates como nosotros tener su camino en el mundo sin ser apabullados a cada momento por fenómenos visionarios irrelevantes para su supervivencia. Huxley pensaba que si el cerebro era una especie de “válvula reductora” de una “Mente Libre” esto explicaría la eficacia de los psicodélicos: ellos podrían ser medios materiales para abrir el grifo.

Desafortunadamente, Huxley operaba bajo la suposición errónea de que los psicodélicos decrecían la actividad mental. Sin embargo las técnicas modernas de neuroimagen han mostrado que estas drogas tienden a incrementar la actividad en varias regiones de la corteza (así como en las estructuras subcorticales) [Nota 24/01/12: un estudio reciente sobre la psilocibina en realidad le da cierto apoyo a la visión de Huxley. – SH]. Aún así, la acción de las drogas no descarta el dualismo o la existencia de reinos de la mente más allá del cerebro, pero nada lo hace. Este es uno de los problemas con puntos de vista de este tipo: parecen ser infalsables. [3]

Por supuesto, el cerebro sí filtra una extraordinaria cantidad de información de la conciencia. Y como muchos que han probado estas drogas, yo puedo atestiguar que los psicodélicos ciertamente abren las puertas. No es necesario decir que plantear la existencia de una “Mente Libre” es más tentador en algunos estados de conciencia que en otros. Y la cuestión de cuáles visiones de la realidad debemos privilegiar es una cuestión que a veces vale la pena considerar. Pero estas drogas pueden producir estados mentales que son vistas en términos clínicos como formas de psicosis. De hecho, creo que debemos ser cautelosos de realizar alguna conclusión sobre la naturaleza del cosmos basándonos en una experiencia interior, no importa qué tan profunda sea esta.

Sin embargo, no hay duda de que la mente es más vasta y fluida que lo que sugiere nuestra ordinaria conciencia en vigilia. Consecuentemente, es imposible comunicar la profundidad (o la aparente profundidad) de un estado psicodélico a aquellos que nunca han tenido esas experiencias por sí mismas. Es, de hecho, difícil recordarse a sí mismo todo el poder de esos estados una vez que ya han pasado.

Muchas personas se preguntan sobre la diferencia entre la meditación (y otras prácticas contemplativas) y los psicodélicos. ¿Son estas drogas una forma de hacer trampa, o son ellas realmente el vehículo indispensable para un auténtico despertar? No son ninguno. Mucha gente no se da cuenta de que toda droga psicoactiva modula la neuroquímica ya existente en el cerebro –ya sea imitando específicos neurotransmisores o causando que los mismo neurotransmisores sean más activos. No hay nada que uno no pueda experimentar por medio de una droga que no sea, hasta cierto punto, una expresión del potencial del cerebro. Por lo tanto, lo que sea que uno haya experimentado tras ingerir una droga como el LSD, es muy parecido a lo que alguien experimentó, en algún lugar, sin él.

Sin embargo, no se puede negar que los psicodélicos son un medio particularmente potente para alterar la conciencia. Si una persona aprende a meditar, rezar, cantar, hacer yoga, etc., no hay garantía de que algo vaya a pasar. Dependiendo de su aptitud, interés, etc, el aburrimiento podría ser la única recompensa para sus esfuerzos. En cambio, si una persona ingiere 100 microgramos de LSD, lo que ocurra a continuación dependerá de una variedad de factores, pero no hay duda alguna de que algo va a pasar. Y el aburrimiento no está entre las opciones. En cierto tiempo, la significancia de su existencia se derrumbará sobre nuestro héroe como una avalancha. Como Terence Mckenna [4] nunca se cansó en señalar, esta garantía de un efecto profundo, para bien o para mal, es lo que separa a los psicodélicos de cualquier otro método de indagación espiritual. Es, sin embargo, una diferencia que trae consigo ciertas responsabilidades.

Ingerir una dosis poderosa de una droga psicodélica es como encerrarse a sí mismo en un cohete sin un sistema de guía. Uno puede ir a un lugar que vale la pena ir, y, dependiendo del compuesto y de dónde y cómo lo ingerimos, ciertas trayectorias son más probables que otras. Pero sea como sea que uno se prepare para el viaje, aun así uno puede ser lanzado hacia estados de la mente tan dolorosos y confusos, a veces indistinguibles de la psicosis. Por lo tanto, los términos «psicotomimético» y «psicógeno» se aplican en ocasiones a estas drogas.

Yo he visitado los dos extremos del continuo psicodélico. Las experiencias positivas fueron más sublimes de lo que yo hubiera podido imaginar o de lo que ahora puedo fielmente recordar. Esos químicos revelan capas de belleza que el arte es incapaz de capturar y para el que la belleza de la Naturaleza misma es mero simulacro. Una cosa el ser apabullado al ver a una secuoya gigante y maravillarse por los detalles de su historia y su biología subyacente y otra el pasar una aparente eternidad en una comunión sin ego con ella. Positivamente, las experiencias psicodélicas a menudo revelan cómo puede un ser humano estar tan maravillosamente a gusto con el universo, y para la mayoría de nosotros, la conciencia normal de vigilia no ofrece ni siquiera un atisbo de esas profundas posibilidades.

La gente generalmente regresa de dichas experiencias con un sentimiento de que nuestros estados convencionales de conciencia obscurecen y truncan pensamientos y emociones que son sagrados. Si los patriarcas y matriarcas de las religiones mundiales experimentaron con dichos estados, muchas de sus afirmaciones sobre la naturaleza de la realidad pueden tener un sentido subjetivo. Las hermosas visiones no nos dicen nada sobre el nacimiento del cosmos, pero nos revelan cómo una mente puede ser profundamente transfigurada por una colisión con el momento presente.

Traducción completa en:  DE AVANZADA

La vida de una persona, siempre corriendo

Noticias Criminología. Nuestra vida resumida, animación. Marisol Collazos Soto

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